
Carmen Riesco artesana del cuero
Mi historia arranca en el taller familiar. Mi padre y mi abuelo trabajaban la madera. Trabajaban con las manos, con precisión realizando pequeños objetos cotidianos. Sabían cómo tratar los materiales para que duraran, para que sirvieran y también para que gustaran. Bastones, callados, cucharas, azucareros… pequeños utensilios para el día a día.
Crecí viendo eso. Y aunque el cuero no huele como la madera, tiene algo parecido: exige paciencia, atención y oficio. No fue algo planeado, pero con el tiempo me di cuenta de que lo mío también era hacer con las manos. No por nostalgia, sino porque es donde mejor me entiendo, es terapéutico.
Pero siempre aprendiendo
Aunque empecé sola, con ganas y curiosidad, nunca he dejado de formarme. Me apunté a cursos, probé técnicas nuevas y, con el tiempo, todo lo fui haciendo a mi, a mí manera. De cada curso he aprendido y sacado cosas nuevas: el grabado, repujado y los secretos del material. Me inspiro en la tradición astur-celta: figuras geométricas y mandalas. También en la naturaleza, las plantas y las flores.


El cuero como forma de vida
El cuero es agradecido. Fuerte, noble, pero también flexible. Si lo escuchas, se deja trabajar. Diseño mis propias piezas desde cero: nada es copiado, cada patrón y cada dibujo son míos. Trabajo sobre papel milimetrado. Me gusta planear cada trazo con precisión. No uso solo cartón: creo patrones técnicos como si fuesen arquitectura para la piel.
“Arte porque nace del alma. Sano porque me cura.”
ARTE - SANO
El cuero me calma. Es terapéutico. Además, lo artesanal tiene valor. Detrás de cada pieza hay tiempo, creatividad y manos. Hacer algo artesanal no es solo hacerlo bonito. Es poner atención. Elegir materiales que duren. No correr. Corregir. Empezar de nuevo si hace falta. No todos los productos son iguales. Y eso es, precisamente, lo que los hace especiales.



